David Koresh Yaweh se llamaba realmente Vernon Wayne Howele y era uno de los numerosos predicadores generalmente apocalípticos que en Estados Unidos aterrorizan a sus seguidores con toda clase de calamidades individuales y colectivas a no ser, claro, que les sigan a ellos en la fórmula única para formar parte de un restringido grupo que, cuando toda la humanidad perezca, logrará salvarse. En el caso de Koresh, y como en tantos casos similares, todo se reducía a un fundamentalismo cristiano que ni siquiera interpretó los pasajes más oscuros de la Biblia sino que, por el contrario, los siguió al pie de la letra. Ya desde sus tiempos de estudiante en Houston, Vernon Wayne, que era un mal estudiante, provocó —y quiso compensar aquella carencia— a sus profesores con la memorización de todos los textos bíblicos.
Pues bien, siendo ya el líder de los davidianos se había metido entre pecho y espalda el Libro de las Revelaciones, y como otro burdo «mesías» más salido de los histerismos de una sociedad enferma (realmente estaba convencido de ser la nueva reencarnación de Jesucristo), anunciaba todo un panorama de final inmediato con tétricos tintes de castigo divino, invitando a la gente a que se salvara siguiendo su camino.
La secta de los davidianos se basaba en un fundamentalismo cristiano que anunciaba el Apocalipsis
El líder davidiano tenía además acceso a placeres vetados para los demás miembros, como las jóvenes adolescentes y la buena comida. Koresh había sido acusado de mantener relaciones sexuales con jovencitas, que él llamaba sus “esposas”, y de forzar a sus seguidores a proporcionarle grandes cantidades de dinero.
Un periódico de Texas había investigado informes según los cuales Koresh había abusado de niños en el rancho Monte Carmelo; el lugar era la base de la secta y allí vivían todos, en una comuna pseudoreligiosa. Este medio estaba en proceso de publicar una serie de alegatos cuando el grupo fue cercado. Koresh era abiertamente partidario de la poligamia en su propio caso y en el de algunos otros miembros selectos del grupo.
Koresh había llegado a dirigir su secta a través del matrimonio con Rachel Jones (14 años), hija de uno de los dirigentes de la misma y al que arrinconó enseguida, sustituyéndolo en la cima jerárquica. De todas partes llegaban nuevos adeptos ganados por la persuasiva doctrina de un David Koresh que, al fin y al cabo miembro de una sociedad como la estadounidense, estaba armado hasta los dientes dentro de lo que sería su gran mausoleo en Waco. Previamente había efectuado compras de armas por valor de más de 250.000 dólares, según él para estar preparados llegado el momento del acoso del «Mal».
David Koresh con su mujer Rachel y sus dos hijos en vísperas de la tragedia, y en el que sería su último refugio, Koresh había reunido junto a él a numerosos adultos pero también a un buen número de niños, y con unos y otros, se dispuso a convertir en un fortín inexpugnable el rancho Monte Carmelo. El primer encontronazo había tenido lugar el 28 de febrero, cuando las autoridades, tardíamente preocupadas por el cariz que tomaba el asunto, decidieron pasar a la acción, acusando a los davidianos de tenencia masiva de armas y de abusos sexuales para con los niños que mantenían a su lado. Recibidos a tiros, los agentes contestaron de igual manera, produciéndose entonces un primer balance de cuatro agentes muertos y una decena de sectarios abatidos. La cuenta atrás empezaría a ponerse en marcha desde aquel día premonitorio.
Las túnicas anaranjadas que vestían sus seguidores serían, durante los siguientes 51 días, blancos perfectos para los prismáticos de los que los cercaban, y también, para efectuar los primeros disparos, que al final acabarían siendo continuos, y que eran respondidos por los asediados utilizando el arsenal que guardaban entre aquellas paredes.
Durante esos largos días, murieron miembros de los federales y también de los davidianos, en un goteo de víctimas que preparaba la gran hoguera final. De vez en cuando se conseguía un alto el fuego para una nueva mediación que diera lugar a una salida airosa al conflicto, sin resultado alguno. Pero los asaltantes no sólo utilizaban armas de fuego y gases, sino que recurrieron a la guerra sucia. Para ello no dudaron en cortar la luz, el agua y el suministro de alimentos, al tiempo que, llegada la noche, potentes reflectores barrían las ventanas del rancho, para impedir el más mínimo descanso de los sitiados. La zona comenzó a ser aislada y se usaron amplificadores para hacer llegar sonidos al edificio usando una táctica de guerra psicológica; las veinticuatro horas se escuchaban gritos de cerdos en el matadero y como una broma macabra, se repetía día y noche la canción “Estas botas están hechas para caminar”, con Nancy Sinatra. Los davidianos usaron pancartas desde lugares altos, pidiendo la ayuda de personas ajenas a las fuerzas gubernamentales.
Finalmente, se siguieron las recomendaciones de oficiales veteranos del FBI para proceder con el asalto final.
Vehículos armados con armas de gas se acercaron al edificio y derribaron uno de los muros. Algunos de los miembros de la secta de los davidianos, caídos desde las ventanas, fueron inmediatamente arrestados por agentes del FBI, pero la mayoría seguían dentro mientras el ataque era retransmitido mundialmente.
Los 51 días de cerco terminaron el 19 de abril, cuando el recinto fue consumido completamente por las llamas, matando entre 72 y 86 hombres, mujeres y niños, incluyendo a Koresh.
Cuando los asaltantes lograron abrirse camino por entre las llamas que ya consumían el edificio del rancho, ante su vista aparecieron confundidos y mezclados los cuerpos carbonizados de la mayoría de los seguidores de Koresh, incluido este mismo, que presentaba un solo disparo en la frente. El apocalipsis próximo profetizado por el perturbado Vernon Wayne había llegado por fin para él y los suyos, y era ya una terrible y humeante realidad para buena parte de los que tuvieron la debilidad de creerlo.
El gobierno declaró que el fuego fue intencionadamente provocado por Koresh y sus seguidores como un acto suicida, pero otros aseguran que fue causado por las granadas de gas inflamable que el FBI arrojó al interior del edificio.
El balance final de muertos dentro de Monte Carmelo fue de 69 adultos y 17 menores, todos calcinados. La versión oficial de la policía hablaría de que fueron los mismos davidianos los que provocaron el incendio en un aquelarre de suicidio colectivo. Otras fuentes se refirieron, por el contrario, a vuelcos de las tanquetas federales que habrían provocado la inflamación del queroseno y, a su vez, habrían trasladado las llamas al interior del rancho. De cualquier forma, la tragedia había finalizado y Waco sería ya, en el futuro, un nombre de referencia macabro y maldito. Es una población, por cierto, predestinada a sufrir algo parecido teniendo en cuenta los datos de que, para 90.000 habitantes, había 18 armerías y 200 iglesias.
Consultado el 09 de septiembre del 2009 de: